martes, 26 de abril de 2011

MOTIVO DE CONSULTA

En lugar de hacer lo que tengo que hacer, me he puesto a fumar cigarrillos y a escribir. Desde hace unos días se levanta de la cama una tiparraca que dice ser yo y que hace lo que le da la gana. Me cae bastante bien, tengo que decirlo, y desde luego lo pasamos en grande, es divertida, pasota, descarada, desinhibida, todo eso que yo quisiera ser tantas veces y que, hasta que ella no aparece, por mucho que lo intente no consigo. Claro, que dura lo que dura, y también acaba cansando, pero en fin, de momento, aquí la tengo, decidida a quedarse por un tiempo. Ella ve cosas que yo normalmente no puedo, sabe ver en los demás lo que no enseñan, es más astuta, más ácida, más retorcida, y le gusta ponerse vestidos escotados con zapatillas. Hoy se ha empeñado, y la he llevado a la consulta. Tiene un don especial con los pacientes, les sonríe, coquetea, se mueve despacio...y habla tanto...
Hoy a las 9:00 tenía citado a M. un ejecutivo de 40 años con aspecto de tener cincuenta. Uno se da cuenta enseguida de que el tipo es gerente de algo sólo con verle sentado en la sala de espera, canoso, con traje azul, estirado y con las piernas cruzadas, perfectas. Ella lo ve, me mira con cara de mala y sonríe, acompáñeme por favor, le dice. Y él se levanta, despacio, se estira las mangas, mueve los hombros y la sigue con grandes y concienzudos pasos, midiendo eficazmente un espacio y un tiempo que le pertenecen. A él todo le pertenece. En la consulta se observan mutuamente, él desconfía y ella aprecia un muro enorme, y unos ojos hinchados, sin rastro de vida, abotargados. Comienza. Todo está perfectamente bien. Absolutamente todo. Yo no podría decir lo mismo. Mal empezamos. Habla poco, es escueto y cortante, lo bastante como para despertar cada vez más la curiosidad de mi visitante, que le va enredando, conquistando, seduciendo...y al final le confiesa. No sé bien cómo lo hace. Bueno, yo en realidad, lo que tengo son problemas digestivos, intolerancia a algunos alimentos. Se abrió sólo un centímetro la puertecilla. Ella sabía que no era bastante y vuelve a sonreír sin poder evitarlo. Ya estaba atrapado. Se enfrascan en idas y venidas de preguntas y respuestas, él hasta consigue reírse un poco de sí mismo y le cuenta sus visitas a especialistas, sus pruebas, sus pastillas que no funcionaron, sus dietas. Nada parecía haber sido capaz de controlar sus explosiones diarreicas. ¿Y entonces?.... llegamos a las palabras mágicas, ella se frota las manos, nota que viene lo bueno y se apoya en la silla satisfecha, pues....no doctora.....no, nadie me ha dicho nunca que soy intolerante, ningún médico me lo ha diagnosticado todavía, en realidad, ahora que lo dice, fui yo quien al final lo descubrió.

1 comentario:

Toño dijo...

Tengo una amiga que dice que en el curso de megaarpías ella no se apuntó a tiempo y que lleva siempre varios cursos de retraso. Yo, por el contrario, no me quejo de esos entrañables seres. Las megaarpías me encantan, aunque no como pareja. Con sus ojos muy abiertos, sus pestañas batiendo el aire, y su postula levemente en escorzo dan cierta sal a esta aburrida vida, tan convencional. En nuestra estrecha visión de lo correcto tampoco ayuda el psicoanálisis ortodoxo, pero es que no puede valer para todo.

Bonita entrevista. Por ese camino te seguirá contando, aunque no sé si en tu trabajo les interesará.