miércoles, 23 de marzo de 2011

COPIO Y PEGO

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De El parpadeo eterno, K. Kalfus


Moscú, 1924

En un suspiro, todo se le vino encima: el resplandor del rincón del samovar, el peso percibido de la plancha para la ropa que estaba enfrente de la cama, la solidez de las sombras, Nadezhda, el buen y leal Bobkin estaba con nosotros cuando, el profesor Koievnikov, las Actas del Decimotercer Congreso del Partido, la Fenomenología del espíritu de Hegel, los planes de Stalin, dónde está Troski, la situación internacional, las cifras de la recolección del grano de, una película de variedades de París, Inessa en el, un dolor muy raro en, no grave, el bosque nevado al acabar el invierno, los muertos, el aroma de la sopa de champiñones, una carta a los polacos, reorganización de, cuando el conde murió, Obras Completas, el editor, Smolny, Smolny, Smolny, el gatito negro, advertir al Comité Central de, tantas cosas sin hacer, evitar el sentimentalismo a toda costa, la niñera Varvara, "estoy triste y estoy aburrido y no hay nadie que me eche una mano", ése es Turgueniev, argumentos decisivos contra, Kámenev y Bujarin nada fiables, Inessa muerta, posibilidad de levantamientos en, Meshcherryakov vino de visita y ¡nadie le dio de comer!, Stalin maquinando, yo le vi en la puerta, cómo, Alemania, aplasta al, mamá en San Petesburgo, los luteranos, tesis, antítesis, síntesis. El rugido en tus oídos como el océano, bastante predecible, y luego todo acabó, excepto la parálisis. Pero no es eso, no, todavía no. Koievnikov me ha encontrado el pulso. Todo, en sus aspectos esenciales, igual que antes: pienso, existo. A trabajar.



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