viernes, 21 de enero de 2011

UT PICTURA POESIS

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Recuerdo exactamente cuando descubrí a Kiefer por primera vez. Era febrero. Doblé una esquina y aparecieron, aquellas viejas camas de hospital desconchadas, raídas, destartaladas, aquellos pijamas, las sábanas revueltas, las manchas, y el dolor. Allí estaban. También el silencio, y aquellos infinitos campos de nada. Devastación, ceniza y un camino, siempre hay un camino. Todo era frío entonces, frío que venía de dentro, frío que fluía en una cuerda invisible, desde la gota magenta a la única seguridad posible, la de lo imperfecto, lo caótico, como contrapunto de una totalidad que se presenta completa y vacua. Kiefer vino a quedarse dentro, para enseñarme la belleza de la destrucción, que sólo deja la opción de un todo por delante, y que es precisamente ahí donde surge la posibilidad de una creación, de la vida. Él se encontró conmigo para explicarme, para reconocerme. Y hoy lo traigo aquí. Otro pedazo de lo que soy en este revoltillo que llevo dentro.

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