jueves, 29 de octubre de 2009

MAÑANA TE ESPERO EN LA PLAZA

Caminaba siempre erguido, con la cabeza bien alta, y miraba siempre de frente, te traspasaba. A los 17 años Tito era el hombre de mi vida, y digo el hombre porque para mí entonces él era distinto, serio, muy serio, solitario, ajeno, siempre con las manos en los bolsillos, caminaba despacio, y miraba, siempre al pasar miraba. Era mi estrella de cine, y cada tarde a las ocho le esperaba en un banco de la plaza. Primero el corazón se me salía sólo con imaginarme que daría la vuelta a la esquina, y contaba los minutos eternos, temblando, esperando sus ojos, y luego llegaban, y se quedaban en los míos tres segundos, y yo volaba, hasta mañana. Así pasó aquel invierno y un día su mano rozó mi mano, y sin habernos hablado nunca me siguió al callejón oscuro, qué guapa eres me dijo al oído, muy cerca, y nos besamos, nos devoramos, como dos locos que supieran de antemano que no iban a tener más tiempo, que ese momento, ese día, estaba hecho sólo para ellos.

Nunca más volví a la plaza, nunca más nos encontramos, y hoy Tito se ha ido y a mí me parece verlo, entre aquellos soportales, apoyado en la columna y buscando con los ojos nuestros besos.

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